viernes, 22 de mayo de 2015

Terror a la mexicana

La cinematografía cuenta con dos géneros en los que se desarrollan películas que provocan sensaciones de miedo, disgusto, repugnancia, incomodidad o angustia. Por un lado, el cine de horror que se carcateriza por tener elementos sobrenaturales, desconocidos y sin explicación para el hombre. Por el otro, el terror, que cuenta con una explicación racional. 

En México, la historia fílmica de los dos géneros se ha caracterizado por adnetrarse en las cintas sobre vampiros, leyendas, supersticiones y satanismo, como los temas recurrentes, que tienen la tendencia de estar nutridos por la cultura propia de los pueblos y la influencia del cine estadounidense. 

La primera vez que se vio una cinta de miedo en México ocurrió en 1933, en los años en que el cine sonoro llegó al país de la mano del gobierno nacional, específicamente cuando se mandaron traer equipo cinematográfico para la toma de posesión de Pascual Ortiz Rubio. 

Oficialmente se ha dicho que la primera cinta de género terrorífico fue La Llorona, dirigida por el cineasta cubano Ramón Peón, la cual causó sensación por dar vida a un personaje de leyenda. El primer director en especializarse en el cine de terror nacional, fue Juan Bastillo Oro, quien a través de cintas como Dos Monjes en 1934, el misterio del rostro pálido en 1935 y el fantasma del convento 1934, abrió las puertas de este género, repercutiendo en otro cineasta: Fernando de Fuentes. 

En esos primeros años también destaca El Baúl Macabro de Miguel Zacarías, quien ofreció una historia en la que un doctor captura a hermosas mujeres para desmembrarlas y con sus partes intentar salvar a su esposa, a quien aquejaba una enfermedad mortal. 

A partir de 1936, inició en México el auge del séptimo arte, denominandose época de oro, con el crecimiento de la producción de películas sobre los géneros de miedo, a pesar de que a nivel mundial hubo una crísis de calidad en los largometrajes. 

En esta etapa Fernando Méndez creó la que hasta la fecha es considerada por especialistas como la mejor película mexicana de vampiros: El Vampiro en 1957 y, en segundo lugar, El ataúd del vampiro en 1958. Germán Robles se convirtió en el personaje referente del horror nacional. 



Méndez brilló como encargado de llevar a la pantalla grande otros títulos como El grito de la muerte en 1959; la historia d eun grupo de jínetesenmascarados con formas de demonios, o en Los diablos del terror y Misterios de ultratumba. 

Al tiempo, Luis Buñuel, a pesar de no ser reconocido como un cineasta de géneros del miedo, se acercó al terror con cintas como ÉL en 1952 y El Angel Exterminador en 1962, al llevar a los personajes a situaciones extremas al borde de la locura.   
Otras obras cinematográficas: Rafael Baledón con El pantano de las ánimas en 1956 y El hombre y el monstruo en 1959; Miguel Marayta con Ella, lucifer y yo en 1952 y Rogelio A. González con El esqueleto de la señora Morales en 1959. 

A partir de los 60´s, los espectadores crearon una fascinación por el cine de los géneros del miedo que aprovecharon de la mejor manera algunos cineastas para plasmar sus proyectos. Chano Urueta aportó filmes como La cabeza viviente en 1961 y El barón del terror en 1962.  Servando González aportó su obra El escapulario en 1968.  Otros como Rafael Baledón se mantuvieron con aportaciones constantes con filmes como La Loba en 1958 y Museo del Horror en 1963; Miguel Morayta con El vampiro Sangriento en 1962 y Doctor Satán en 1966. 

A finales de los años 60, el cine pasó del blanco y negro al color. La cinematografía nacional estuvo marcada por temas políticos y el cine de ficheras, producciones con las que tuvo que competir el género de terror, que ofreció sus mejores obras de la mano de Carlos Enrique Taboada, con películas como El libro de piedra en 1969, Hasta el Viento tiene miedo en 1968, Mas negro que la noche en 1975 y Veneno para las hadas en 1984. Toboada es considerado el principal exponente de películas en torno al cine de horror y terror. Junto con él aparecieron otros cineastas que compitieron como René Cardona con La noche de los mil gatos en 1970 y Tintorera en 1972; Alucarda, la hija de las tinieblas en 1975 de Juan lópez Moctezuma, y Doña Macabra en 1972 de Roberto Gavaldón. 

A partir de los años 80, la cinematografía de terror se vio limitada en cuanto a la calidad de sus producciones que duró casi veinte años. La incursión a los efectos especiales no resultó de lo mejor y solamente pocas cintas destacaron convirtiendo a sus realizadores en cineastas de culto. Entre ellos, Alejandro Jodorowsky con la cinta Santa sangre en 1989, Carlos Humberto Hermosillo con El corazón de la noche en 1984 y Federico Curiel con El jinete de la muerte en 1980. Algunos filmes como El hijo del sheriff en 1982 de Fernando Durán y Vacaciones de Terror en 1988 de René Cardona III, generaron una división de opiniones que iban de lo terrorífico a lo ridículo. 

En los 90´s solo se produjeron cinco películas del género: Trampa Infernal en 1990 de Pedro Galindo, El Sacristán del diablo en 1992 de Jorge Luke, Cronos en 1993 de Guillermo del Toro, Sobrenatural en 1996 de Daniel Gruener, y Angeluz en 1997 de Leopoldo Laborde. 




























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